Buenos Aires: El Ateneo Editorial,
1979, 198 páginas.
La Cena (1975), es una de las últimas obras del escritor
carioca (nacido en Bangú) Vasconcelos. Es por ende, posterior a sus obras más
reconocidas, Rosinha, mi canoa (1962),
Mi planta de naranja lima (1968) y Vamos a calentar el sol (1974), de las
cuales he leído muy buenas críticas y ello tal vez, había sembrado en mí, una
altísima expectativa sobre el autor, que lamentablemente, no las vi cumplidas
con éste libro.
La novela es una larga alegoría de la Última Cena o por lo
menos, intenta emparentar a los personajes de la misma con los apóstoles de
Jesús. El autor introduce esta comparación de manera directa, desde los
primeros capítulos, o quizá ya desde el título. La acción transcurre en una
enfermería de un hospital brasilero de mediados de siglo veinte. Allí conviven doce
hombres con enfermedades raras y/o incurables. Hombres derrotados por la vida,
que no tienen más que la compañía de ellos mismos.
“Era tan dura como los ladrillos del suelo. Si un resto de emoción quedaba en su alma, era para prenderse a un mundo totalmente falso. Poseía rollizas lágrimas para, después del almuerzo, llorar con las radionovelas, mientras sus dedos gordos tejían alguna pieza de punto”
El texto incursiona en temas tales como la desesperanza a
través de algunos ‘apóstoles’ y la fortaleza de la esperanza ante todo tipo de adversidades
y pronósticos negativos, a través de otros personajes. Transmite sentimientos
como el amor fraternal que surge entre los personajes y el compañerismo con el
que sobrellevan las dificultades físicas y emocionales, al mismo tiempo que la
humillación que sienten algunos. Muestra en primera plana a los desposeídos, a
los olvidados por la sociedad, a los humanos deshumanizados; así como sus
sentimientos, sus pesares, la disminución atroz de sus expectativas y la
percepción tan lejana que tienen de los temas más mundanos que afectan a la
sociedad, representados siempre por la
guerra.
“¡Cómo detestaba los días de visitas! En esos momentos, su soledad se distendía por una planicie áspera y mucho mejor. Sentía en el latir del corazón el ritmo de una única frase: ‘¡No tener a nadie!... ¡No tener a nadie!...’”
Es en parte a través del estilo de la escritura, y junto a
los acontecimientos narrados, que se nos muestra pinceladas del Brasil y la
sociedad brasileña, la geografía de aquél y los hábitos de ésta; brasileros
promedio y dichos populares pueblan las páginas. Se mencionan además, las
relaciones del Brasil sur-costero con el norte, con la selva y con el exterior
(hasta hay menciones al tango y a La Cumparsita).
“-No quiero que te quejes de soledad querido. No permito que te sientas solo. Estoy aquí. Y estaré hasta el último momento. Hasta la agonía de tu postrera respiración. Solo cuando tu cuerpo esté duro como la mesa de la Cena, duro y frío como el mármol de los muertos, partiré. Aún así, ¿quién garantiza que no sigamos juntos en la soledad de todas las tinieblas?”
El punto más alto de la novela es, a mi entender, la profundización
en el personaje de Judas (de una caracterización muy completa y muy bien
transmitida) que nos muestra en su sentir, el duelo casi permanente que vive, su
sentido de la amistad y sobretodo, el dolor, el arrepentimiento y el cargo de
conciencia que carga, sobrellevada de una manera tan fuerte que es imposible no
rememorar Crimen y castigo de Dostoyevski.
El autor logra crear una atmósfera lúgubre y de desesperanza,
construida cuidadosamente a través de personajes derrotados (y por ello
queribles), arcos argumentativos esperanzadores y un escenario acorde y lleno
de simbolismos. Sólo rompe esa tónica, el tono ameno y campechano de la escritura.
“Cuando viene la guerra puede destruirlo todo. Y uno no lo siente mucho porque no tiene un punto de contacto con ella. Pero si las bombas cayeran cerca de nosotros y destruyeran todo lo que nos resta, que en el caso es esta enfermería, la guerra sería una cosa horrible, ¿no?”
Aún con todo, es un libro que no me terminó de enganchar
hasta estar bien avanzado, que requiere un poco de esfuerzo leer. Los temas tratados, son abordados con una
naturalidad que por momentos, me pareció ‘liviana’. Supongo que no ha de ser el
mejor libro de Vasconcelos, por algo no ha sido el que más trascendido. No lo
recomendaría con ganas pero tampoco creo que sea una mala lectura, del uno al
diez, le daría un cinco que no alcanza la satisfactoriedad pero sí la conformidad.
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